Me
voy lejos, padre; por eso vengo a darle el aviso.
—¿Y pa ónde te vas, si se puede
saber?
—Me voy pal Norte.
—¿Y allá pos pa qué? ¿No tienes aquí
tu negocio? ¿No estás metido en la merca de puercos?
—Estaba. Ora ya no. No deja. La semana
pasada no conseguimos pa comer y en la antepasada comimos puros quelites. Hay
hambre, padre; usté ni se las huele porque vive bien.
—¿Qué estás ahi diciendo?
—Pos que hay hambre. Usté no lo
siente. Usté vende sus cuetes y sus saltapericos y la pólvora y con eso la va
pasando. Mientras haiga funciones, le lloverá el dinero; pero uno no, padre. Ya
naide cría puercos
en este tiempo. Y si los cría pos se los come. Y si los vende, los vende caros.
Y no hay dinero pa mercarlos, demás de esto. Se acabó el negocio, padre.
—¿Y qué diablos vas a hacer al
Norte?
—Pos a ganar dinero. Ya ve usté, el
Carmelo volvió rico, trajo hasta un gramófono y cobra la música a cinco
centavos. De a parejo, desde un danzón hasta la Anderson esa que canta
canciones tristes; de a todo por igual, y gana su buen dinerito y hasta hacen
cola pa oír. Así que usté ve; no hay más que ir y volver. Por eso me voy.
—¿Y ónde vas a guardar a tu mujer
con los muchachos?
—Pos por eso vengo a darle el aviso,
pa que usté se encargue de ellos.
—¿Y quién crees que soy yo, tu
pilmama? Si te vas, pos ahi que Dios se las ajuarié con ellos. Yo ya no estoy
pa criar muchachos; con haberte criado a ti y a tu hermana, que en paz
descanse, con eso tuve de obra. De hoy en adelante no quiero tener compromisos.
Y como dice el dicho: “Si la campana no repica es porque no tiene badajo.”
—No hallo qué decir, padre, hasta lo
desconozco. ¿Qué me gané con que usté me criara? puros trabajos. Nomás me trajo
al mundo al averíguatelas como puedas. Ni siquiera me enseño el oficio de
cuetero, como pa que no le fuera a hacer a usté la competencia. Me puso unos
calzones y una camisa y me echó a los caminos pa que aprendiera a vivir por mi
cuenta y ya casi me echaba de su casa con una mano adelante y otra atrás. Mire
usté, éste es el resultado: nos estamos muriendo de hambre. La nuera y los
nietos y éste su hijo, como quien dice toda su descendencia, estamos ya por
parar las patas y caernos bien muertos. Y el coraje que da es que es de hambre.
¿Usté cree que eso es legal y justo?
—Y a mí qué diablos me va o me
viene. ¿Pa qué te casaste? Te fuiste de la casa y ni siquiera me pediste el
permiso.
—Eso lo hice porque a usté nunca le
pareció buena la Tránsito. Me la malorió siempre que se la truje y,
recuérdeselo, ni siquiera voltió a verla la primera vez que vino: “Mire, papá,
ésta es la muchachita con la que me voy a coyuntar.” Usté se soltó hablando en
verso y que dizque la conocía de íntimo, como si ella fuera una mujer de la
calle. Y dijo una bola de cosas que ni yo se las entendí. Por eso ni se la
volví a traer. Así que por eso no me debe usté guardar rencor. Ora sólo quiero
que me la cuide, porque me voy en serio. Aquí no hay ya ni qué hacer, ni de qué
modo buscarle.
—Eso son rumores. Trabajando se come
y comiendo se vive. Apréndete mi sabiduría. Yo estoy viejo y ni me quejo. De
muchacho ya ni se diga; tenía hasta pa conseguir mujeres de a rato. El trabajo
da pa todo y contimás pa las urgencias del cuerpo. Lo que pasa es que eres
tonto. Y no me digas que eso yo te lo enseñé.
—Pero usté me nació. Y usté tenía
que haberme encaminado, no nomás soltarme como caballo entre las milpas.
—Ya estabas bien largo cuando te
fuiste. ¿O a poco querías que te mantuviera pa siempre? Sólo las lagartijas
buscan la misma covacha hasta cuando mueren. Di que te fue bien y que conociste
mujer y que tuviste hijos; otros ni siquiera eso han tenido en su vida, han
pasado como las aguas de los ríos, sin comerse ni beberse.
—Ni siquiera me enseñó usté a hacer
versos, ya que los sabía. Aunque sea con eso hubiera ganado algo divirtiendo a
la gente como usté hace. Y el día que se lo pedí me dijo: “Anda a mercar
güevos, eso deja más.” Y en un principio me volví güevero y aluego gallinero y
después merqué puercos y, hasta eso, no me iba mal, si se puede decir. Pero el
dinero se acaba; vienen los hijos y se lo sorben como agua y no queda nada
después pal negocio y naide quiere fiar. Ya le digo, la semana pasada comimos
quelites, y ésta, pos ni eso. Por eso me voy. Y me voy entristecido, padre,
aunque usté no lo quiera creer, porque yo quiero a mis muchachos, no como usté
que nomás los crió y los corrió.”
—Apréndete esto, hijo: en el nidal
nuevo, hay que dejar un güevo. Cuando te aletié la vejez aprenderás a vivir,
sabrás que los hijos se te van, que no te agradecen nada; que se comen hasta tu
recuerdo.
—Eso es puro verso.
—Lo será, pero es la verdá.
—Yo de usté no me he olvidado, como
usté ve.
—Me vienes a buscar en la necesidá.
Si estuvieras tranquilo te olvidarías de mí. Desde que tu madre murió me sentí
solo; cuando murió tu hermana, más solo; cuando tú te fuiste vi que estaba ya
solo pa siempre. Ora vienes y me quieres remover el sentimiento; pero no sabes
que es más dificultoso resucitar un muerto que dar la vida de nuevo. Aprende
algo. Andar por los caminos enseña mucho. Restriégate con tu propio estropajo,
eso es lo que has de hacer.
—¿Entonces no me los cuidará?
—Ahi déjalos, nadie se muere de
hambre.
—Dígame si me guarda el encargo, no
quiero irme sin estar seguro.
—¿Cuántos son?
—Pos nomás tres niños y dos niñas y
la nuera que está re joven.
—Rejodida, dirás.
—Yo fui su primer marido. Era nueva.
Es buena. Quiérala, padre.
—¿Y cuándo volverás?
—Pronto, padre. Nomás arrejunto el
dinero y me regreso. Le pagaré al doble lo que usté haga por ellos. Déles de
comer, es todo lo que le encomiendo.
—Padre, nos mataron.
—¿A quiénes?
—A nosotros. Al pasar el río. Nos
zumbaron las balas hasta que nos mataron a todos.
—¿En dónde?
—Allá, en el Paso del Norte,
mientras nos encandilaban las linternas, cuando íbamos cruzando el río.
—¿Y por qué?
—Pos no lo supe, padre. ¿Se acuerda
de Estanislado? Él fue el que me encampanó pa irnos pa allá. Me dijo cómo
estaba el teje y maneje del asunto y nos fuimos primero a México y de allí al
Paso. Y estábamos pasando el río cuando nos fusilaron con los máuseres. Me
devolví porque él me dijo: “Sácame de aquí, paisano, no me dejes.” Y entonces
estaba ya panza arriba, con el cuerpo todo agujerado, sin músculos. Lo arrastré
como pude, a tirones, haciéndomele a un lado a las linternas que nos alumbraban
buscándonos. Le dije: “Estás vivo”, y él me contestó: “Sácame de aquí,
paisano”. Y luego me dijo: “Me dieron.” Yo tenía un brazo quebrado por un golpe
de bala y el güeso se había ido de allí de donde se salta el codo. Por eso lo agarré
con la mano buena y le dije: “Agárrate fuerte de aquí”. Y se me murió en la
orilla, frente a las luces de un lugar que le dicen la Ojinaga, ya de este
lado, entre los tules, que siguieron peinando el río como si nada hubiera
pasado.
“Lo subí a la orilla y le hablé:
‘¿Todavía estás vivo?’ Y él no me respondió. Estuve haciendo la lucha por
revivir al Estanislado hasta que amaneció; le di friegas y le sobé los pulmones
pa que resollara, pero ni pío volvió a decir.”
“El de la migración se me arrimó por
la tarde.
—”Ey, tú, ¿qué haces aquí?
“—Pos estoy cuidando este muertito.
“—¿Tú lo mataste?
“—No, mi sargento —le dije.
“—Yo no soy ningún sargento.
¿Entonces quién?
“Como lo vi uniformado y con las
aguilitas esas ,me lo figuré del ejército, y traía tamaño pistolón que ni lo
dudé.
“Me siguió preguntando: ‘¿Entonces
quién, eh?’ Y así se estuvo dale y dale hasta que me zarandió de los cabellos y
yo ni metí las manos, por eso del codo dañado, que ni defenderme pude.
“Le dije: —No me pegue, que estoy
manco.
—Y hasta entonces le paró a los
golpes.
“—¿Qué pasó?, dime— me dijo.
“—Pos nos clarearon anoche. Ibamos
regustosos, chifle y chifle del gusto de que ya íbamos pal otro lado cuando
merito en medio del agua se soltó la balacera. Y ni quién se las quitara. Este
y yo fuimos los únicos que logramos salir y a medias, porque mire, él ya hasta
aflojó el cuerpo—.
“—¿Y quiénes fueron los que los
balacearon?
“—Pos ni siquiera los vimos. Sólo
nos aluzaron con sus linternas, y pácatelas y pácatelas, oímos los riflonazos,
hasta que yo sentí que se me voltiaba el codo y oí a éste que me decía: ‘Sácame
del agua, paisano’. Aunque de nada nos hubiera servido haberlos visto.
“—Entonces han de haber sido los
apaches.
“—¿Cuáles apaches?
“—Pos unos que así les dicen y que
viven del otro lado.
“—¿Pos que no están las Tejas del
otro lado?
“—Sí, pero está llena de apaches,
como no tienes una idea. Les voy a hablar a Ojinaga para que recojan a tu amigo
y tú prevente pa que regreses a tu tierra. ¿De dónde eres? No debías de haber
salido de allá.¿Tienes dinero?
“Le quité al muerto este tantito. A
ver si me ajusta.
Tengo ahi una partida pa los
repatriados. Te daré lo del pasaje; pero si te vuelvo a devisar por aqui te
dejo a que revientes. No me gusta ver una cara dos veces. ¡Ándale, vete!
“—Yo me vine y aquí estoy, padre, pa
contárselo a usté.”
—Eso te ganaste por creido y por
tarugo. Y ya verás cuando te asomes por tu casa; ya verás la ganancia que
sacaste con irte.
—¿Pasó algo malo? ¿Se me murió algún
chamaco?
—Se te fue la Tránsito con un
arriero. Dizque era rebuena, ¿verdá? Tus muchachos están acá atrás dormidos. Y
tú vete buscando onde pasar la noche, porque tu casa la vendí pa pagarme lo de
los gastos. Y todavía me sales debiendo treinta pesos del valor de las
escrituras.
—Está bien, padre, no me le voy a
poner renegado. Quizá mañana encuentre por aquí algún trabajito pa pagarle todo
lo que le debo. ¿Por qué rumbo dice usté que arrendó el arriero con la
Tránsito?
—Pos por ahi. No me fijé.
—Entonces orita vengo, voy por ella.
—¿Y por ónde vas?
—Pos por ahi, padre, por onde usté
dice que se
La autoría
jueves, 24 de octubre de 2013
lunes, 2 de septiembre de 2013
UN PACTO CON EL DIABLO autor: Juan José Arreola
lunes, 26 de agosto de 2013
domingo, 21 de octubre de 2012
TU MUNDO FELIZ
Vas a intentar diseñar tú propio mundo feliz a partir de la lectura del libro "Un Mundo Feliz" de Aldous Huxley y de la reflexión sobre nuestro propio mundo. Puedes imaginar cualquier tipo de mundo, puedes imaginar las leyes, los inventos y posibilidades técnicas que allí existan y aquí no, puedes diseñar la forma de vivir, la forma de vestir, el tipo de relación de pareja, sólo hay una regla: tienes que ser coherentes, por ejemplo, si quieres que todo el mundo tenga los mismos derechos, no puedes dividir la sociedad en castas como ocurre en "Un Mundo Feliz", si quieres que desaparezca el hambre, el cáncer, o la violencia tienes que explicar cómo lo harías.
IMPORTANTE: Ustedes no van a vivir en ese mundo, sólo lo vas a diseñár, no se trata de crear un mundo "a tu medida", sino a la medida de todos los que vivan en él.
Para empezar con el diseño, vamos a concentrarnos en dos aspectos del mundo: los derechos de sus habitantes y las instituciones que existen.
CARACTERÍSTICAS DEL TRABAJO
Tienes que construir una sociedad a partir de lo que ustedes consideren que puede ser un mundo feliz. Al final tendrán que tener una descripción de la forma de vida que se lleva en la ciudad o país que ustedes creen y una tabla de derechos y deberes que refleje cómo se regula esa forma de vida. Pueden enriquecer su trabajo con tantos detalles como deseen para hacerlo más atractivo, por ejemplo: pueden incluir imágenes como el de la película Metrópolis, para mostrar como sería el mundo que diseñaron:
EL PROCESO
Antes de empezar deben formar grupos de 3 personas, (LA MAESTRA SELECCIONARA LÍDERES DE CADA EQUIPO ). Una vez formados los EQUIPOS POR LA PROFESORA , pueden empezar a trabajar A PARTIR DE HABER LEÍDO TODA LA NOVELA (DOS SEMANAS , MÁXIMO)
En primer lugar vamos a pensar qué derechos fundamentales tendrían las personas que vivan en tu mundo. Para ello vamos a irnos al siguiente para ver la Declaración Universal de los Derechos Humanos
A medida que vayamos leyendo el libro, ve escribiendo los derechos que existen en el mundo que describe la novela, siempre de forma positiva. Por ejemplo: Todas las personas tienen derecho a permanecer con aspecto joven hasta el momento de su muerte.
Luego, en grupo, pueden ver qué derechos ha redactado cada uno y ponerse de acuerdo en una declaración única.
Ahora volvamos a la novela, hay cosas permitidas y cosas prohibidas. Estos permisos y prohibiciones también nos hablan de como está diseñada la sociedad. Aquí podrás ver que derechos están implicados
Ahora ya podéis describir tú mundo, puedes seguir el siguiente guión:
¿ Dónde está este mundo?
¿Quién gobierna?
¿Qué se aprende?
¿En qué creen los habitantes de tu mundo?
¿Qué problemas que existen actualmente has logrado evitar? ¿Cómo lo has hecho?
¿Serías tú en ese mundo más feliz que aquí? ¿Por qué?
Ahora me gustaría que pensaras sobre algunos problemas que se repiten a lo largo de la historia del hombre y que son importantes:
¿Cómo superan los habitantes de tu mundo el miedo a la muerte, a la desaparición ?
¿Qué es la felicidad en ese mundo'
¿Has resuelto el problema de la soledad, de la necesidad de compañía?
¿Qué es un hombre, según el diseño de tu mundo: una máquina, como un robot, un compuesto de cuerpo y alma, un ser con dimensión espiritual que debe desarrollarse?
Una vez elegido "el mundo" cada miembro del grupo puede encargarse de describir más detalladamente como funciona cada institución, así nos haremos una idea de cómo sería vivir allí.
7.Por último, debes contestar este cuestionario acerca de la novela de Huxley. Este apartado del trabajo es individual, cada miembro del grupo debe hacerlo, aunque se puede entregar con el resto del trabajo
1.¿Qué concepción de la felicidad hay en la novela?
2.¿Serías feliz si fueras Lenina Crowne o si fueras Henry Foster? ¿Por qué?.
Lenina Crowne
3. Haz un mapa mental de la biografía del autor
miércoles, 25 de enero de 2012
domingo, 30 de octubre de 2011
LA TUMBA
Miré hacia el techo: un color liso, azul claro. Mi cuerpo se revolvía bajo las sábanas. Lindo modo de despertar, pensé, viendo un techo azul. Ya me gritaban que despertase y yo aún sentía la soñolencia acuartelada en mis piernas.
Me levanté para entrar en la regadera. El agua estaba más fría que tibia, pero no lo suficiente para despertarme del todo. Al salir, alcancé a ver, semioculto, el manojo de papeles donde había escrito el cuento que pidió el profesor de literatura. Me acerqué para hojearlo, buscando algún error, que a mi juicio no encontré. Sentí verdadera satisfacción.
Al ver el reloj, advertí lo tarde que era. Apresuradamente me vestí para bajar al desayuno. Mordiscos a un pan, sorbos a la leche. Salir. Mi coche, regalo paterno cuando cumplí quince años, me esperaba. Subí en él, para dirigirme a la escuela.
Por suerte, llegué a tiempo para la clase de francés. Me divertía haciendo creer a la maestra que yo era un gran estudioso del idioma, cuando en realidad lo hablaba desde antes. En clase, tras felicitar mis adelantos, me exhortó a seguir esa línea progresiva (sic), pero un amigo mío, nuevo en la escuela, protestó:
— ¡Qué gracia!
— ¿Por qué? —Preguntó la maestra—, no es nada fácil aprender francés. —Pero él ya lo habla. — ¿Es verdad eso, Gabriel? —Sí, maestra.
Gran revuelo. La maestra no lo podía creer, casi lloraba, balbuceando tan sólo:
—Regardez l'enfant, quelle moquerie!
Mi amigo se acercó, confuso, preguntando si había dicho alguna idiotez, más para su sorpresa, la única respuesta que obtuvo fue una sonora carcajada. Al fin y al cabo, poco me importaba echar abajo mi farsa con la francesita.
Salí al corredor (aunque estaba más que prohibido), y al observar que se acercaba el maestro de literatura, entré en el salón. El maestro llegó, con su característico aire de Gran Dragón Bizco del KuKluxKlan, pidiendo el cuento que había encargado. Entregué el mío al final, y como supuse, lo hojeó un poco antes de iniciar la clase. Su cara no reflejó ninguna expresión al ver mi trabajo.
Al terminar la clase, Dora se acercó con sus bromas estúpidas. Entre otras cosas, decía:
—Verás si no le digo al maestro que el cuento que presentaste es plagiado.
Contesté que me importaba muy poco lo que contara, y comprendiendo que no estaba de humor para sus bromas, se retiró.
En la tarde, me encerré en mi cuarto para escribir el intrincado conflicto de una niña de doce años enamorada de su primito, de ocho. Pero aunque bregué por hacerlo, dormí pensando en qué me había equivocado al escribir ese cuento.
En mi sueño, Dora y el maestro de literatura, escondidos bajo el escritorio, reían salvajemente al corear:
—Ahora es tu turno, ven acá.
En la siguiente clase de literatura, vi que Dora susurraba algo al maestro y que después me miraba. Inmediatamente supe que Dora había hecho cierto su chiste. A media clase, el maestro me dijo:
—Mira, Gabriel, cuando no se tiene talento artístico, en especial para escribir, es preferible no intentarlo.
—De acuerdo, maestro, pero ¿eso en qué me concierne? —Es penoso decirlo ante tus compañeros, mas tendré que hacerlo.
—Dígalo, no se reprima.
—Después de meditar profundamente, llegué a la conclusión de que no escribiste el cuento que has entregado.
—Ah, y ¿cómo llegó a esa sapientísima conclusión, mi muy estimado maestro?
—Pues al analizar tu trabajo, me di cuenta. — ¿Nada más?
—Y lo confirmé cuando me lo aseveró una de tus compañeritas.
—Dora, para ser más precisos. —Pues, sí.
—Y, ¿de quién considera que plagié el cuento, profesor?
—Bueno, tanto como plagiar, no; pero diría que se parece mucho a Chéjov.
— ¿De veras a Chéjov?
—Sí, claro —aseguró, molesto.
—Pues yo no diría, veredicto que jamás pensé que llegara a creer lo que le dice cualquier niña estúpida.
—Luego, entonces, ¿afirmas no haber, eh, plagiado, digamos, ese cuento?
—Por supuesto, y lo demostraré en la próxima clase. Tendré muchísimo gusto en traer las obras completas de Chéjov.
—Ojalá lo hagas.
Salí furioso de la escuela para ir, en el coche, hasta las afueras de la ciudad. Quería calmarme. Esa Dora, me las pagará. Tenía deseos de verla colgada en cualquiera de los árboles de por allí.
En la siguiente clase, me presenté con las obras completas de Chéjov. Pero, como era natural, el maestro no quiso dar su brazo a torcer y afirmó que debía haberlo plagiado (ahora sí, plagiado) de otro escritor: no me consideraba capaz de escribir un cuento así.
Sus palabras hicieron que mi ira se disipase para ceder lugar a la satisfacción. Como elogio había estado complicado, pero a fin de cuentas era un elogio a todo dar.
Comme un fou il se croit Dieu, nous nous croyons mortels.
DEI.AI.ANDE
En aquel momento me dedicaba a silbar una tonadilla que había oído en alguna parte. Estaba hundido en un sillón, en la biblioteca de mi casa, viendo a mi padre platicar con el señor Obesodioso, que aparte de mordiscar su puro, hablaba de política (mal).
Mi padre me miraba, enérgico, exigiendo mi silencio, y como es natural, no le hice caso. Tuvo que soportar mis silbidos combinados con la insulsa plática de don Obeso-martirizante.
Decidiendo dejarlos por la paz, murmuré un compermiso que no contestaron, y subí a mi recámara. El reloj marcaba las once y media: maldije por levantarme tan temprano. Puesto un disco (Lohengrin), lo escuché mirando el proceso de las vueltas. Vueltas, vueltas. Las di yo también. Al escucharse un clarín, me desplomé en la cama, viendo el techo azul.
Mi cuerpo se agitaba como un torrente. Todo era vueltas. En la lámpara del techo se formó el rostro de Dora y eso detuvo el vértigo. Odié a Dora, con deseos de despellejarla en vida. No había logrado verla desde el incidente con el maestro de literatura.
Me sentí tonto al estar tirado en la cama a las once del día, mirando el techo azul y—¡Pensando en esa perra! Telefoneé a Martín: no estaba, pero recordé que había ido a nadar a su casa de campo. Tras tomar una chamarra roja y mi traje de baño, salí apresuradamente.
Partí a gran velocidad hacia las afueras del Distrito. Encendí la radio: hablaban de Chéjov. Sonreí al pensar otra vez: ¡No está mal si mis cuentos son confundidos con los de Chéjov!
La gran recta de la carretera se perdía al dibujarse una curva a lo lejos, en una colina. Un coche esport me retaba a correr. Hundí el acelerador y el esport también lo hizo, pasándome. Sentí una furia repentina al ver la mancha roja del
auto frente a mí. El chofer traía una gorrita a cuadros. Está sonriendo el maldito. Furioso, proseguí la carrera con ardor. Había pasado la casa de Martín, pero insistí en alcanzar al esport.
Llegamos a la curva. El rival se mantenía adelante al dar la vuelta. Yo, temiendo darla tan rápido, disminuí la velocidad. El esport no lo hizo y la dio a todo vapor.
Un estruendo resonó en mis oídos, mientras la llamarada surgía como oración maléfica. Frené al momento para ir, a pie, hasta la curva. El esport se había estrellado con un camión que transitaba en sentido contrario. Una ligera sonrisa se dibujó en mi cara al pensar: Eso mereces. Di media vuelta.
Al llegar a casa de Martín, estacioné el coche y caminé hasta la sala. Martín, preparando bebidas, alzó los ojos.
—¡Hola, Chéjov!
—Deten tu chiste, que no estoy dispuesto a soportarlo.
—Calmaos, niñito.
—Es que ya me cansó esa tonada.
—Pues desahógate —y agregó, con aire de complicidad—: ahí está Dora.
—¿Palabra?
—Yep. ¿Cómo te suena? —Interesante. —¿Qué quieres beber? —No sé, cualquier cosa.
Con un coctel en la mano, entré en un cuarto para ponerme el traje de baño. Desde la ventana vi a Dora, nadando con los amigos, aparentemente sin preocupaciones. Maldita esnob, pensé. Vestía un diminuto bikini que le quedaba bien. Tras morder mis labios, aseguré vengarme.
Salí con lentitud de la casa y me detuve un momento en el jardín, en pose. Ella, al verme, se volvió, aullando: —¡Hooola, Chéjov!
Saludé a todos, incluyéndola, y sin más me tiré al agua. Dora también lo hizo y nadamos el uno hacia el otro hasta encontrarnos en el centro de la alberca. Éramos la expectación general. Todos habían dejado de hablar y nos miraban. Por tercera vez, mis labios sintieron el contacto de los dientes. Nos miramos. Ella tenía esa sonrisa sarcástica (¿sardónica?) tan característica en su rostro.
—Nadas bien, Chéjov.
—No nado bien ni me llamo Chéjov, querida. —¿Qué te pasa? No juegues al enfadado. —¿Me crees enfadado? —Pues, viéndote ahora, sí. —Y, ¿qué opinas de eso? —Que te ves graciosísimo.
—Mmmm... Oye, permíteme hacer una pregunta con conmovedora ingenuidad. —Di.
—¿Por qué le armaste ese cuento al de literatura? —Esa clase es muy monótona, mi estimado Chejovín, necesitaba un poco de emoción. —Vaya...
—Además, tú me dijiste niña estúpida.
—Pero eso no está tan apartado de la realidad.
—Ahora soy yo la del vaya...
—Lo cual me agrada.
—Entonces, ¿amigos?
—¿Qué hemos dejado de serlo?
—No sé, pero de cualquier manera es bueno ratificarlo. —Sea.
Decidí terminar esa húmeda conversación haciendo un guiño al nadar hacia la orilla. Martín se acercó preguntando si había consumado mi venganza. Le contesté que habíamos ratificado nuestra amistad.
—¡Caramba! —rio—. ¡Esa sí es venganza!
Cuando se aburrieron de nadar, pasamos a la sala. Tras la repartición de bebidas, se empezó a bailar. Yo tomé mi vaso, decidido a encerrarme en un completo mutismo, pero no lo logré: Dora vino hacia mí, riendo. Intercambiamos sandeces
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